SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

El objeto al que se da el vuelco.-

Pensemos separadamente en los dos elementos a que nos referíamos al hablar de la revolución: lo que hay que cambiar, y el instrumento con el que se cambiará.

Lo que se trata de cambiar, primero.

En cada país concreto el objeto que hay que cambiar será distinto, aunque siempre se tratará de las condiciones en que presta su trabajo el obrero.

Veamos cómo era esto en Rusia, ya que se trata de la experiencia más completa de una revolución comunista.

La producción material, en el año 1.917, al comienzo de la revolución se desarrollaba con un nivel de productividad muy bajo. En la agricultura, la parte más importante de la producción de cereales, carne, leche, madera y leña para el hogar, estaba a cargo de campesinos, la mayor parte de los cuales utilizaban su sola fuerza de trabajo, o ayudados por la familia, usando como instrumento el arado y algún animal de tiro, y como abono el de origen animal.

Los grandes propietarios utilizaban los mismos métodos, pero con mano de obra a jornal o a través de arrendatarios o aparceros. En cada pueblo había una especie de órgano de gestión del conjunto de las tierras, que teóricamente se ocupaba del reparto de las parcelas en cultivo entre las familias que componían el municipio. Los grandes propietarios fueron siempre, en realidad, quienes regían estos organismos que gozaban de una tradición arraigada en todo el campo ruso.

Por lo tanto, la mayoría de los trabajadores de Rusia eran campesinos por cuenta propia, con un nivel de productividad muy bajo, y unas condiciones de trabajo y vida muy duros. Los campesinos arrendatarios y aparceros, así como los jornaleros, al tratarse de trabajo por cuenta ajena, su nivel de consumo, educación, etc., era aún más bajo y su grado de dependencia en el trabajo aún mayor. Las minas, muchas de ellas en manos de compañías extranjeras, ocupaban una pequeña parte de los obreros, también con unas condiciones de trabajo y vida, tan dura como la de los campesinos.

Los obreros industriales, muy pocos en proporción a los campesinos, trabajaban para los capitalistas dueños de las empresas, y en condiciones parecidas a las de los obreros europeos de la época, es decir, desarrollando su trabajo en un grado de dependencia muy acusado.

Las instituciones, Gobierno, Ejército, Administración Pública, Tribunales, Ayuntamientos, etc., emplean a un reducido número de trabajadores, comparando con el total, pero de una gran significación, porque no se trata ni de obreros (con capitalista), ni campesinos, sino que trabajan a sueldo de los que dirigen las instituciones; su trabajo es de una gran dependencia también, pero las condiciones materiales del mismo, incluido el sueldo y horario, mucho mejores que los anteriores.

A lo que se trataba de dar la vuelta era a este conjunto de trabajadores y a sus condiciones de trabajo. La revolución se lo había planteado como si fuera un conjunto todo igual, pero no tardó mucho en advertir que se trataba, a grandes rasgos, de tres grupos muy distintos entre sí. Los obreros industriales eran trabajadores por cuenta ajena, y los dueños de las empresas eran los que les dirigían técnica y económicamente su trabajo. Esta era una de las relaciones de trabajo a los que había que darle la vuelta.

Los empleados de las instituciones no se ocupaban de  trabajos productivos, sino como es característico de las funciones de estas instituciones, se trata de facilitar la producción material, es decir, trabajos de represión (policía, juzgados, cárceles, militares) o de adoctrinamiento (escuelas, iglesias, prensa, etc.). Su trabajo es totalmente dependiente de quien dirige la institución, y las condiciones de sueldo, horario, etc., mucho mejor que la de obreros y campesinos.

En cuanto a los campesinos, hay que hacer diferencia. Las grandes propiedades agrícolas representan en realidad, una pequeña parte de la total producción agraria, pero, en todo caso, sus relaciones de trabajo, al ser por cuenta ajena, pueden emparejarse con las de la gran industria. Sin embargo, el campesino medio y el pequeño campesino, representan en gran medida la mayor proporción de la producción agroganadera. Su trabajo se presta por cuenta propia, y en consecuencia con un grado de autonomía muy considerable, dentro siempre del dominio que sobre todos los campesinos ejercían los grandes propietarios.

Pues bien, el partido comunista ruso, promotor principal de lo que se llevó a cabo en la revolución rusa, se encontró, frente a la idea general de una revolución en general, con estos tres tipos de trabajadores, a los que se suponía que sus relaciones de trabajo sufrirían un vuelco (vuelco que se suponía en beneficio de los trabajadores).

En la gran industria y en las grandes explotaciones agrícolas, al tratarse de relaciones de trabajo por cuenta ajena, el cambio consistió en sustituir al propietario por un representante del partido comunista. En numerosas ocasiones en las industrias y bancos, el antiguo propietario y el grupo que lo dirigían, perdieron la propiedad pero continuaron como empleados ejerciendo la dirección técnica. En las grandes propiedades agrícolas (en manos de los nobles y la iglesia), los propietarios huyeron o se les ajustició, al frente de las mismas se colocó un comité del partido, asistido por uno o varios ingenieros agrónomos.

Es decir, lo que cambió fue la dirección, los obreros siguieron desempeñando en el trabajo la misma función que realizaban antes, un trabajo dependiente, en el sentido de que, los medios de trabajo se dedicaban a lo que decidiese la dirección, la dirección técnica les era completamente ajena, así como los era también ajeno el producto obtenido. El hecho de que existiese un comité obrero en cada fábrica hacía mejorar en muy buena medida las relaciones de los obreros con la dirección, pero no hacía cambiar los tres rasgos que hemos señalado sobre la dependencia de su trabajo. Lo mismo hay que decir respecto a que la dirección estuviese controlada siempre por los miembros del partido que éste señalaba; y que tanto estos compañeros concretos, como el partido en su conjunto, tuviese y ejerciese el poder, todo el poder en nombre de todos los trabajadores. Eso era cierto, y esto les infundía seguridad y esperanza, pero no cambiaba en nada su condición de obrero, que continuaba siendo lo que era. La enseñanza mejoró, la sanidad mejoró, la productividad mejoró, los salarios mejoraron, pero ellos seguían prestando su trabajo por cuenta ajena, con las características que esto acarrea.

Los campesinos medios y los pequeños campesinos, el grupo más numeroso, de largo, de los trabajadores rusos, eran, como hemos dicho, trabajadores por cuenta propia. La revolución tubo para ellos dos fases.

En la primera, los cambios consistieron en que, de una parte, el gobierno del partido comunista les quitó de encima a los chupasangre de los grandes terratenientes que los sometían con su poder (imponiendo los precios en los productos, en los abonos, en los aperos, en los animales de tiro, etc.), y de otra, los obligó a entregar una parte de su producción (en géneros o en dinero) con la que realmente se pudo pagar el enorme coste de la modernización de la industria. Sin embargo, ni una cosa ni la otra, cambió el carácter de su trabajo. Siguieron prestándolo por cuenta propia. Eran los tiempos de Lenin como jefe de gobierno y secretario general del partido (o sea, años 1.917 – 1.923).

En la segunda fase, el gobierno les obligó a todos a agruparse en grandes colectivos que sustituyeron a sus propias fincas. A los que se opusieron a estas medidas, los desterraron a Siberia o los mataron (fueron varios millones). Las granjas colectivas eran grandes explotaciones (dependiendo su extensión del tipo de producción a que se dedicaban –cereales, ganadería extensiva, granjas, regadío intensivo), en las que vivían los trabajadores con su familia. La maquinaria (tractores, cosechadoras), así como el abono, semillas, etc., pertenecían y se gestionaba a través de un sistema de grandes almacenes o parques, cuya misión era la distribución de los productos y el mantenimiento y distribución de la maquinaria. Así mismo a estos almacenes se entregaba toda la producción obtenida. Un plan, por sectores y por zonas, regulaba tanto el destino del producto, como la distribución de maquinaria, simiente y abono y así mismo la cantidad y periodicidad de entrega a los trabajadores, de géneros para su manutención y sostenimiento (alimento, vestido, jabón, calzado, etc.). Todas las familias disponían de una pequeña huerta de la que obtenían, para su propio consumo, verduras, frutas y carne y huevos de los animales que en ella cuidaban.

De esta manera su trabajo acabó adquiriendo todas las características del trabajo por cuenta ajena.

Las llamadas granjas estatales, apenas se diferenciaban de estas granjas colectivas. Su origen se encontraba en las grandes fincas del Zar, de los nobles o de la iglesia, que al quedar abandonadas no fueron repartidas entre los pequeños campesinos o los campesinos pobres (los que se habían arruinado y se habían quedado sin tierras). Eran dirigidos por miembros del partido comunista y por técnicos agrícolas bajo su control. Los trabajadores, igualmente, prestaban su trabajo bajo la dependencia y dirección de aquellos por cuenta de quien realizaban sus tareas.

Los trabajadores de las instituciones, quitados la mayor parte de los dirigentes, que huyeron o fueron hechos prisioneros o ejecutados, siguieron prestando sus servicios en la forma característica en que lo hacen en todos los países, con una dependencia muy acusada (pensemos en los funcionarios, militares y civiles o en los trabajadores del partido y sus organizaciones), por lo tanto, para ellos se trató, fundamentalmente en cambiar de dirección, pero siguieron tan dependientes en su trabajo como lo eran antes.

Como vemos, a lo largo de la revolución, acabaron todos trabajando bajo la dirección técnica de mandos que, en definitiva venían controlados por el partido comunista, que se convirtió así en el que disponía y dirigía la aplicación concreta de todos y cada uno de los medios de trabajo, de su dirección técnica, así como del destino o aplicación de todo el producto obtenido. Ello lo hacía dentro de las líneas que señalaban los planes aprobados por ellos mismos.

En eso consistió la revolución rusa, por lo que toca a la situación de dependencia de los obreros en su trabajo, de los campesinos en el suyo, y de los trabajadores de las instituciones en el suyo.

Hacemos hincapié en esto, por dos razones. Una porque los revolucionarios dicen y prometen que harán eso, cambiar la situación de los obreros, colocándolos en el sitio donde ahora están los de arriba y otra, porque las condiciones de los trabajadores, de los obreros, pueden cambiar en otros aspectos, como alimentarse mejor, salir del analfabetismo, tener mejor atención sanitaria, asegurar vejez y enfermedad mediante pensiones y subsidios. Pero eso ocurre también sin que se haga ninguna revolución obrera, por ejemplo en Holanda, en Dinamarca, en Suecia, en Suiza, etc.

Esto quiere decir que la revolución rusa no cambió la situación de dependencia de los obreros. Pero además, si mejoró sus condiciones materiales de vida, para eso no hacía falta una revolución, puesto que más han mejorado materialmente los obreros europeos sin que hiciesen ninguna revolución. Hay otra razón importante. Los rusos y todos los europeos que hicieron la revolución (los llamados países del Este), vuelven ahora sobre sus pasos y colocan, como forma más importante de prestar el trabajo la de hacerlo por cuenta ajena.

 

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